Sin sal y sin canela

12 de octubre de 2010

Hoy les cuelgo mi relatito corto que apareció en la revista online bimestral Romantica´s. Lo hago porque hubo personas que no pudieron abrir el scrib de la revista.


Sin sal y sin canela

—¿Lo de siempre? —me preguntó él.
No llegué a sonrojarme pero sí me cohibí un poco. Asentí y él me sonrió como solía hacerlo siempre. Una sonrisa amable y de dientes parejos.
Me quedé observando su amplia espalda mientras se dirigía a la barra y ordenaba mi pedido. Era el camarero de mi bar favorito y yo su devota clienta desde hacía cinco meses…
La verdad es que ni siquiera sabía su nombre a pesar de haber compartido un par de comentarios aquí y allá. Pero había algo en sus miradas, en sus sonrisas espontáneas; me hacían pensar que ese hombre era para mí. No me importa que me tilden de ingenua ni que me crean loca; es lo que siento y lo que me obliga a sentarme ahí todas las tardes desde hace cinco meses.
Recuerdo la primera vez que lo vi. Fue en un día de lluvia. Había entrado como una tromba en el bar, empapada y muerta de frío. Me había sentado en una mesita junto a la ventana y mientras revolvía mi mochila se me había resbalado de las manos el celular. Justo cuando me agaché para tomarlo mis dedos chocaron con una mano grande y de dedos largos. Mi mirada encontró la suya, de ojos pardos y amigables.
—Disculpa… —me sonrió y yo no atiné a nada—. Toma.
Le respondí con un gracias bastante seco mientras él apoyaba mi celular en la mesa. Luego me dejó la carta y se alejó para atender otra mesa. Mi problema es que soy una persona muy tímida e instintivamente lo camuflo con reacciones secas, distantes… Juro que no lo hago a propósito, es que soy una idiota, lo sé…
A medida que el tiempo pasó, empecé a ir todas las tardes y él a atenderme. Con paciencia logró que perdiera un poco de mi timidez y pudiera charlar con él sin parecer tan arisca.
—Cappuccino y sándwich de pan árabe —anunció, trayéndome de nuevo al presente mientras me servía.
—Gracias. Siempre lo recuerdas…
Él rió y yo me perdí en el movimiento de su nuez de Adán.
—Es que siempre pides lo mismo.
—No… Me refería a la canela. La primera vez que te pedí un cappuccino te lo pedí sin canela. Sólo te lo dije una vez pero nunca lo olvidaste…
Lo miré pero su expresión seguía siendo amistosa, no noté nada diferente. Cuando él se marchó yo solté el aire que venía reteniendo sin darme cuenta. Mi atención se desvió entonces en mi merienda. Con ambas manos toqué el cristal caliente de la taza y aunque me quemaba un poco no podía dejar de pensar que sus masculinos dedos también la habían tocado. Bebí mi cappuccino de a sorbitos mientras mis ojos seguían otra vez cada uno de sus movimientos. Me gustaba como sus oscuras cejas se fruncían cuando debía anotar un complicado pedido de algún cliente mañoso o como se mordía el labio inferior mientras contaba el dinero junto a la caja. A mis ojos era tan atractivo que a veces me dolía el pecho.
¡Basta! No podía seguir así.
Tenía que decirle algo. Darle una señal o aunque sea preguntarle el nombre.
Terminé mi merienda más rápido de lo habitual y, mientras esperaba que él viniera a cobrarme, yo me armaba de valor. Dios, mi corazón empezó bombear con furia. También me empezó a doler la panza por la comida y los nervios.
Él me vio y ahora se acercaba hacia mí.
Yo tenía el corazón en la boca hasta que me ganaron la partida. Un grupo en una mesa lo detuvo en mitad de camino. Al parecer en un pedido grande por lo que le pidió a una compañera que viniera a cobrarme, eso fue lo que entendí con sus señas. Y cuando la chica vino, le pagué, dejé propina y me fui.
Volví al otro día con el mismo propósito… pero él no estaba.
Lo busqué con la mirada por todos lados pero no lo encontré. ¿Estaría enfermo?
—Discúlpame —le hablé a la misma chica que me había cobrado ayer y que justo pasaba cerca de mi mesa—, ¿qué pasó con el chico que atiende? El alto, de cabello oscuro, siempre sonriente…
La camarera arqueó las cejas y respondió:
—Oh, se refiere a Damián… Renunció esta mañana. Consiguió otro trabajo por lo que sé… ¿Va a ordenar algo?
Le pedí un cappuccino mientras se me hacía un nudo en la garganta. Ya no lo vería más… No tenía su teléfono ni un correo electrónico tampoco. Contuve mis lágrimas hasta que llegó mi cappuccino y me lo bebí para esconder mi rostro, me lo bebí aunque tenía canela.
Era una tontería sufrir por alguien que apenas conocía pero pienso que fue aún más tonto no haberle pedido su teléfono en cinco meses.
¿Por qué no hice algo mientras pude?
¿Me lo cruzaría en la calle alguna vez? Aunque el tiempo pasara, ¿me recordaría?
Apreté los labios para evitar que se me escapara un gemido desconsolado.
Unos golpecitos en el vidrio de la ventana llamaron mi atención.
Damián…
Damián me observaba desde el otro lado de la ventana; se lo veía un poco serio. Pero para mí estaba muy guapo con su remera negra y sus jeans. Nunca lo había visto fuera de su uniforme de trabajo. No podía dejar de mirarlo.
¿Qué hacía allí si ya no trabajaba más?
Entonces él sacó un pequeño papel de su bolsillo, un post-tic amarillo. Lo vi dudar un segundo antes de apoyarlo contra el vidrio. Decía:
“Me gustas mucho. ¿Me dejas invitarte un cappuccino sin canela?”
Me quedé mirando el papel sin creer lo que leía.
Levanté la vista y le sonreí, feliz, y él me sonrió a su vez. Pagué la cuenta y me fui en busca de un cappuccino más rico.

FIN


Espero que les haya gustado.

Cariños,

Magui.

(P.D.: Recuerden que este relato tiene copyrights).




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